No les voy a mentir. Argentina es el país que más conozco (y el que nací), todo ésto, de entre la lista de los países que alguna vez pisé (que tampoco son tantos). Y también me pasa algo extraño. Como es el país que más conozco, al mismo tiempo siento que es el país que más desconozco. Quiero decir, es inmenso, es despoblado, es mi país, y no termino de conocerlo.
A veces se me hace inabarcable, y me despierta una impotencia viajera: una sensación certera de que nunca lo voy a terminar de conocer porque hace falta más de una vida. Tal vez eso pase en todos los países del mundo un poco grandes de territorio. Pero Argentina creo que entra en la lista de los que en cuanto a tamaño y soledad, exagera un poco.
He viajando mil veces a Buenos Aires. Y aquí me pongo un poco rimbombante: Buenos Aires es todo lo contrario de “Argentina”. Muchas veces, quienes viven en Buenos Aires hablan de la parte (Buenos Aires) como si fuera el todo (Argentina). Pero Buenos Aires, esa ciudad enorme, ruidosa, frenética, monumental, todo ese mar de mil cosas (el tango, la arquitectura también monumental, las avenidas enormes, los millones de personas, los fantasmas que sobrevuelan, de Evita, Borges, Gardel; la mirada del mundo de Mafalda, la actividad donde nunca se detiene a dormir…) es una porción minúscula de un territorio despojado, de horizontes infinitos, de paisajes que cambian gradualmente y requieren mucha paciencia.
Buenos Aires es todo lo contrario de todo lo que es para mí Argentina una vez que empezás a recorrerla. Y claro, debo decirlo, Buenos Aires es Argentina, por supuesto, y es una ciudad imperdible. Pero todo ese bullicio, y todo ese cemento no es lo que prevalece, sino precisamente, lo que escasea apenas a unas decenas de kilómetros del Obelisco (algo así como el ombligo de un país).
Argentina es silencio, rutas interminables que se olvidaron de tener curvas, ciudades que están lejos unas de otras, pero lejos de verdad. Argentina es un mar verde en la Pampa, y una locura de montañas en el oeste. De miles de kilómetros de montañas que enloquecieron, de variedad, de formas, y de belleza.
Argentina también es para mí una porción de Patagonia que se resistió como pocos lugares del planeta a ser conquistada. Si buscan el lugar donde las ciudades aún están por fundarse, los caminos por construirse (aunque no lo quisiéramos), los paisajes (muchos de ellos) aún por explorarse, entonces deberían pensar en Patagonia.
Pero aún, si de la Patagonia voláramos imaginariamente hacia el norte del país, tierra de culturas precolombinas, paisajes de quebradas, cardones, otro mundo dentro de un mismo país, sentiríamos algo parecido.
Si allí nos fuéramos, como en un viaje de Ushuaia a La Quiaca, seguiríamos abrumados por la inmensidad de un país poco habitado, por las mismas rutas que se pierden en el paisaje. Silencio, y más silencio.
Vistas de montaña que quitan el aliento, y también desiertos, “aburridísimos” miles de kilómetros de estepa polvorienta, hasta llegar a selvas tropicales, humedales, todo puede incorporar la palabra interminable (hasta los glaciares).
Todo eso es lo contrario de Buenos Aires, o a eso me refería. Horizontes que se extienden, y se interrumpen solo por montañas, silencio que sólo se interrumpe por el sonido de unas cataratas (de Iguazú). Hasta diría, Buenos Aires es una forma de sentirse en el centro del mundo, una simulación de un mundo hiper humano, una exageración, en un país donde prevalece la soledad. Los pueblos dispersos, las ciudades dispersas son eso, una forma de disfrazar la soledad.
Solo quería terminar con una música que me transporta a cada uno de los lugares y paisajes de Argentina que conozco, que me hace viajar y me transmite la calma que se puede respirar al viajar por el país, sobre todo a través de sus desolados caminos. Se llama “De Ushuaia a la Quiaca” (del para mí genial Gustavo Santaolalla), música que une magistralmente las dos ciudades geográficamente extremas de Argentina. Casi, como si fuera la banda sonora de un viaje por el fin del mundo, que aunque no lo es, por momentos lo parece.
Matías Callone es uno de los mejores Bloggers de Viajes en lengua hispana. Podéis encontrar sus artículos en Un viaje increíble y 101 lugares increibles.