Benarés-Varanasí es una de las ciudades sagradas para el Hinduismo.
En ella pasan sus últimos días ancianos y enfermos procedentes de toda la India, ya que creen que al morir allí quedan liberados del ciclo de las reencarnaciones.
Caminando por su ribera puedes encontrarte con una cremación en directo y a escasos metros peregrinos bañándose en las aguas del Ganges.
Todo sucede en un ambiente cargado, casi claustrofóbico, donde olores, sensaciones y sentimientos flotan en el aire.
Con la misma naturalidad que la vida y la muerte pasean juntas por el río, también encuentras personas que se dedican a todo tipo de profesiones; videntes, barqueros, masajistas, comerciantes de telas…
Pero de todos, quien más me impresionó fue este señor y su puesto de venta:
Se dedicaba a secar y vender excrementos de vaca en forma de tortitas. Y lo curioso es que este “artículo” se usa como combustible en las cocinas más pobres de la India, sirviendo también para espantar mosquitos.
Una ocupación tranquila, con ganancias aseguradas y a salvo de los efectos de la tan temida “crisis”. Además le deja tiempo para cultivar “la luz interior” de la que habla la canción de esta entrada.
Al fin y al cabo , un trabajo como otro cualquiera…