Pasear por Granada es una delicia para los sentidos. Los olores, paisajes y sonidos que descubres por sus plazas y calles son únicos.
Y si decides terminar el paseo en el Mirador de San Nicolás recibes como regalo las vistas más espectaculares de la Alhambra, que se encuentra justo delante, como si estuviera esperándote para que la contemples.
Pero ese día el espectáculo no estaba en frente, sino en la misma plaza. En el centro de ésta se encontraba un flamenco de pura cepa, apoyado en una estatua y al lado de su bicicleta. Le acompañaba una guitarra que solo tenía cinco cuerdas y que no estaba muy afinada. De blanco inmaculado de la cabeza a los píes, cantaba a los turistas con una voz castigada y rota. Dándolo todo, sintiéndose artista, con un repertorio de dos canciones, que eran repetidas una y otra vez.
Y su gitana (hecho no corroborado), lo contemplaba desde un banco mientras intentaba vender castañuelas. Siendo su mayor fan en voz alta y la más critica en voz baja ( o por bajini).
Cuando el acababa de cantar, ella le gritaba “¡MONSTRUO!” para añadir en voz muy bajita “…de las galletas…”
Al “¡QUÉ BIEN CANTAS HIJO!” le seguía un “…pero siempre canta lo mismo…”
Al grito “¡ARTISTA!” un “que jartita estoy de escucharte“.
Y es que el amor y el artisteo tienen esas cosas… Pero no importa, porque el soñaba con ser Camarón…