No se si os habrá pasado alguna vez, escuchar hablar en muchas ocasiones de un sitio y llevarte una sorpresa cuando lo visitas al no parecerse en nada a lo que esperabas de él. Esto es justo lo que me pasó al llegar a la Iglesia de la Madeleine en París y reconozco que estar allí, fue una de las experiencias más agradables de esa escapada.
Y es que este templo, de estilo Neoclásico, parece sacado piedra a piedra de Grecia y trasladado hasta el centro de París. Su construcción tiene una historia curiosa que condicionó su forma.
El diseño inicial fue modificado en dos ocasiones durante su construcción, incluyendo la destrucción de toda la obra que había sido ejecutada. La primera ocasión, tras la muerte del primer arquitecto del edificio, Pierre Contant D’Ibry, al decidir su sucesor, Guillaume Couture, cambiar completamente el proyecto.
Pero llegó la Revolución Francesa y las obras se paralizaron hasta que Napoleon I decidió, cambiando de nuevo el diseño, construir un edificio en honor a la Armada Francesa dejando de lado su uso inicial como Iglesia Católica. Y de ahí la elección de la forma como templo antiguo griego.
De su interior me encantó el altar, con la escultura de la ascensión de la Magdalena, y me pareció muy curioso el detalle de las tres cúpulas interiores que no se aprecian desde el exterior. Además me gustó su sencilla decoración, cosa que se agradece en un templo de culto.
Pero el autentico espectáculo estaba en las escalinatas de la entrada…
…pese al tráfico, sentarse allí y contemplar el obelisco en la plaza de la concorde, la cúpula de los invalidos y la Asamblea Nacional…
…y dejar pasar el tiempo…
…creo que será un momento que recordaré el resto de mi vida…
y después de escribir esta entrada, ese instante estará asociado a Zaz…