Si tuviese que elegir, entre mis recuerdos, un rinconcito de Buenos Aires donde volver a perderme, ese sería sin lugar a dudas el barrio de San Telmo. Quizás será porque al pasear por sus calles me sentía como en casa, ya que su estética, su luz y la vida que se respira en él, guarda muchas similitudes con el centro histórico de mi ciudad, Cádiz.
San Telmo es el barrio más pequeño, antiguo y tradicional de la ciudad. Aún conserva ese sabor añejo con sus calles estrechas y adoquinadas, llenas de casas señoriales del XIX.
Volvería a la Calle Defensa, considerada la más vieja de Buenos Aires, curioseando en cada una de sus tiendas de muebles-antigüedades, disfrutando de los artistas callejeros que encuentras al paso y van animando el ambiente con sus pasacalles y bailes.
Haría una especial parada en el nº 1179, donde se encuentra La Casa de los Ezeiza, es uno de los mejores ejemplos de las casas típicas del barrio. Se trata de una antigua vivienda familiar que consta de dos plantas y tres patios de amplias dimensiones alrededor de los cuales se distribuían las habitaciones. Fue abandonada, como muchas otras viviendas del barrio, en 1870 por la epidemia de la fiebre amarilla que azotó la ciudad. Actualmente funciona como galería comercial, llamada Pasaje de la Defensa, donde conviven anticuarios, galerías de arte y distintos locales que ofrecen artesanía y objetos de otros tiempos, todo dentro de un marco de conservación del patrimonio histórico.
Subiendo por la Defensa, llegaría al fin a mi lugar favorito, la Plaza Dorrego, declarada lugar histórico nacional en 1978. Por supuesto repetiría de nuevo un domingo al mediodía porque tiene lugar la feria de San Telmo, durante la cual la plaza y las calles aledañas son ocupadas por puestos de antigüedades y curiosidades que son recorridos por numerosos turistas. A su alrededor se encuentran cafés, bares y pubs con sus mesas sobre la plaza que mantienen su aspecto original.
Tras la caminata, me tomaría una Quilmes bien fría esperando la llegada del ocaso. Entonces, cuando los turistas se van marchando y los puestos de la feria se desarman, en un rincón de la plaza se encienden unas bombillas de colores y comienza a sonar una milonga en un viejo tocadiscos. Los puesteros y vecinos del barrio comienzan a bailar y el ambiente se vuelve mágico, transportándote en el tiempo. No importa la edad, ideología, clase social ni estereotipos. Las parejas más variopintas se intercambian en la pista de baile con cada tango, siendo una auténtica delicia para los sentidos verlos bailar, disfrutando como espectadora en el anonimato con los ojos bien abiertos y una sonrisa en los labios…
Cuando quiero volver de nuevo a este rincón, viajo hasta allá con esta canción…